La ministra Connie Hedegaard esta haciendo un gran esfuerzo en materia ambiental, que ejemplifica el nuevo movimiento
Se acaba de crear un nuevo ministerio en Inglaterra de Energía y Cambio Climático que absorbe funciones de diferentes agencias oficiales de la esfera de la economía, del medio ambiente y de la producción agrícola. Ya algunos países han creado oficinas similares, Dinamarca tiene su ministerio de Clima y Energía. En Noruega, el ministro del Medio Ambiente también es ministro de la Cooperación Internacional. Y no es difícil prever que los cambios climáticos, de repercusiones profundas y prolongadas en las economías y en las sociedades, sean vectores de expansión y consolidación de nuevos diseños institucionales para las cuestiones ambientales, de modo a conectarlas con decisiones de sectores que se mantenían resistentes a esa simbiosis en la gestión pública.
En este escenario, políticas integradas parecen ser el camino inexorable, en medio a una grave crisis ambiental planetaria, para que los países lideren con la compleja ecuación que junta crecimiento económico, justicia social y uso responsable de los recursos naturales. Brasil, entre los países en desarrollo, es el que reúne las mejores condiciones para apostar en este camino y justamente por eso tiene la obligación de adoptarlo y debe asumir el compromiso ético de hacerlo viable.
Pero todavía patinamos, corriendo el riesgo de dejar que se disipe el esfuerzo hecho en los últimos años. Mientras tanto, cambios de fondo siguen su curso global, indicando la gestación de un nuevo paradigma, impuesto de hecho por una situación.
En las décadas de 1970 y 1980, la institucionalización del Medio Ambiente en los sectores público y privado ganó terreno ante el aumento de la preocupación social, motivada por el gran espacio dado por los medios de comunicación a los desastres ambientales y por los estudios de gran impacto que apuntaron riesgos, hasta entonces desconocidos, de la contaminación y otros daños ambientales. Surgieron departamentos, secretarías, grupos de trabajo, cursos dedicados al Medio Ambiente. También las grandes instituciones internacionales, principalmente aquellas unidas al sistema ONU, usaron sus prerrogativas e instrumentos de presión para abrir y consolidar en los gobiernos áreas dedicadas al tema.
Ese conjunto de factores influyó, por ejemplo, en la creación de un Ministerio del Medio Ambiente en Brasil. Hubo mucha polémica. Muchos entendían que era preferible ubicar el área en el Ministerio de Planificación o junto a la propia Presidencia de la República, para garantizar el direccionamiento ambiental a todos los sectores del gobierno. A pesar de eso, el MMA brasileño produjo competencia institucional y técnica, constituyéndose en la experiencia más exitosa en América Latina. Tal vez, la razón más importante para su consolidación haya sido la permanente sinergia con las organizaciones de la sociedad e instituciones académicas y de investigación.
Sin embargo, en sucesivos gobiernos, el MMA siempre necesitó más fuerza política, presupuestaria y de estructura. Siempre tuvo resistencia de muchos ministerios que veían en él una fuente de restricciones a sus actividades de fomento. De cierta forma, ese conflicto aumentaba cuando predominaba en el MMA la postura de mando y control, es decir, se entendía que el tema de la política ambiental debería ser la fiscalización y la represión, lo que limitaba los objetivos de preservación, aunque esas funciones sean esenciales en la contención de los delitos ambientales.
Hoy, tanto la experiencia acumulada en Brasil como la coyuntura internacional reafirman la necesidad de entender la conservación ambiental, principalmente, como fruto de su correcta inserción en el proceso de desarrollo.
Es en esa dirección que se mueve el mundo, aunque a una velocidad insatisfactoria. La dimensión de los desafíos actuales está produciendo un nuevo movimiento, semejante aquel que provocó la inserción institucional del tema ambiental hace más o menos cuatro décadas. Ahora se trata de una reinserción con nuevas organizaciones institucionales, capaces de abarcar la complejidad de tareas que exigen respuestas estructurales e integradas.
Ya no se puede discutir solo sobre energía, agricultura o realidad urbana, sin discutir del clima. Y discutir clima no es solamente hablar de medio ambiente, es tratar de economía y política. Cada vez más las instituciones, grandes o pequeñas, tendrán que enfrentar esos asuntos como parte central de sus estrategias y misiones.
La ministra dinamarquesa de Clima y Energía, Connie Hedegaard, esta haciendo un gran esfuerzo en materia ambiental, que ejemplifica el nuevo movimiento en los gobiernos nacionales y de las instituciones globales. Hedegaard recorre todos los continentes intentando avances para que se firme el tratado que sustituirá el Protocolo de Kioto, en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, que se realizará en su país en diciembre de 2009.
En una entrevista a la última edición de la revista Veja, Connie se mostró consciente de tener en las manos un rompecabezas, que involucra las elecciones estadounidenses, la posibilidad de una recesión internacional, el reto de conciliar el derecho al crecimiento de países pobres y emergentes, con medidas fuertes de reducción de emisiones contaminantes, y la urgencia de hacer que suceda un cambio significativo de actitud, en escala global.
La ministra recuerda que muchos ven como algo positivo el deshielo de la cubierta helada de Groenlandia, ya que permite plantar papas en la parte sur de la isla y puede revelar otros recursos. Pero, advierte, "sería necesario plantar muchas papas allá para compensar las inundaciones y la destrucción del sustento de millones de personas en Asia, causadas por el deshielo". Es decir, puede que no haya vencedores que se lleven las papas.
En su periplo mundial, Hedegaard recalca que el tamaño y la naturaleza del desafío cambiaron y hay que cambiar la mentalidad para enfrentarlos. Lo que significa cambiar posturas, costumbres, instituciones y la manera de hacerlo. Urgentemente.
En este escenario, políticas integradas parecen ser el camino inexorable, en medio a una grave crisis ambiental planetaria, para que los países lideren con la compleja ecuación que junta crecimiento económico, justicia social y uso responsable de los recursos naturales. Brasil, entre los países en desarrollo, es el que reúne las mejores condiciones para apostar en este camino y justamente por eso tiene la obligación de adoptarlo y debe asumir el compromiso ético de hacerlo viable.
Pero todavía patinamos, corriendo el riesgo de dejar que se disipe el esfuerzo hecho en los últimos años. Mientras tanto, cambios de fondo siguen su curso global, indicando la gestación de un nuevo paradigma, impuesto de hecho por una situación.
En las décadas de 1970 y 1980, la institucionalización del Medio Ambiente en los sectores público y privado ganó terreno ante el aumento de la preocupación social, motivada por el gran espacio dado por los medios de comunicación a los desastres ambientales y por los estudios de gran impacto que apuntaron riesgos, hasta entonces desconocidos, de la contaminación y otros daños ambientales. Surgieron departamentos, secretarías, grupos de trabajo, cursos dedicados al Medio Ambiente. También las grandes instituciones internacionales, principalmente aquellas unidas al sistema ONU, usaron sus prerrogativas e instrumentos de presión para abrir y consolidar en los gobiernos áreas dedicadas al tema.
Ese conjunto de factores influyó, por ejemplo, en la creación de un Ministerio del Medio Ambiente en Brasil. Hubo mucha polémica. Muchos entendían que era preferible ubicar el área en el Ministerio de Planificación o junto a la propia Presidencia de la República, para garantizar el direccionamiento ambiental a todos los sectores del gobierno. A pesar de eso, el MMA brasileño produjo competencia institucional y técnica, constituyéndose en la experiencia más exitosa en América Latina. Tal vez, la razón más importante para su consolidación haya sido la permanente sinergia con las organizaciones de la sociedad e instituciones académicas y de investigación.
Sin embargo, en sucesivos gobiernos, el MMA siempre necesitó más fuerza política, presupuestaria y de estructura. Siempre tuvo resistencia de muchos ministerios que veían en él una fuente de restricciones a sus actividades de fomento. De cierta forma, ese conflicto aumentaba cuando predominaba en el MMA la postura de mando y control, es decir, se entendía que el tema de la política ambiental debería ser la fiscalización y la represión, lo que limitaba los objetivos de preservación, aunque esas funciones sean esenciales en la contención de los delitos ambientales.
Hoy, tanto la experiencia acumulada en Brasil como la coyuntura internacional reafirman la necesidad de entender la conservación ambiental, principalmente, como fruto de su correcta inserción en el proceso de desarrollo.
Es en esa dirección que se mueve el mundo, aunque a una velocidad insatisfactoria. La dimensión de los desafíos actuales está produciendo un nuevo movimiento, semejante aquel que provocó la inserción institucional del tema ambiental hace más o menos cuatro décadas. Ahora se trata de una reinserción con nuevas organizaciones institucionales, capaces de abarcar la complejidad de tareas que exigen respuestas estructurales e integradas.
Ya no se puede discutir solo sobre energía, agricultura o realidad urbana, sin discutir del clima. Y discutir clima no es solamente hablar de medio ambiente, es tratar de economía y política. Cada vez más las instituciones, grandes o pequeñas, tendrán que enfrentar esos asuntos como parte central de sus estrategias y misiones.
La ministra dinamarquesa de Clima y Energía, Connie Hedegaard, esta haciendo un gran esfuerzo en materia ambiental, que ejemplifica el nuevo movimiento en los gobiernos nacionales y de las instituciones globales. Hedegaard recorre todos los continentes intentando avances para que se firme el tratado que sustituirá el Protocolo de Kioto, en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático, que se realizará en su país en diciembre de 2009.
En una entrevista a la última edición de la revista Veja, Connie se mostró consciente de tener en las manos un rompecabezas, que involucra las elecciones estadounidenses, la posibilidad de una recesión internacional, el reto de conciliar el derecho al crecimiento de países pobres y emergentes, con medidas fuertes de reducción de emisiones contaminantes, y la urgencia de hacer que suceda un cambio significativo de actitud, en escala global.
La ministra recuerda que muchos ven como algo positivo el deshielo de la cubierta helada de Groenlandia, ya que permite plantar papas en la parte sur de la isla y puede revelar otros recursos. Pero, advierte, "sería necesario plantar muchas papas allá para compensar las inundaciones y la destrucción del sustento de millones de personas en Asia, causadas por el deshielo". Es decir, puede que no haya vencedores que se lleven las papas.
En su periplo mundial, Hedegaard recalca que el tamaño y la naturaleza del desafío cambiaron y hay que cambiar la mentalidad para enfrentarlos. Lo que significa cambiar posturas, costumbres, instituciones y la manera de hacerlo. Urgentemente.
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